De perros, gatos ...y algo más

BRUTUS II

Los primeros días, incluso semanas después de la firma del contrato de marras, los niños estaban ilusionadísimos y muy excitados. No hacían otra cosa más que fantasear con el perro que íbamos a tener, imaginaban que salían de paseo con él, le buscaban continuamente nombre, hablaban sobre el reparto de responsabilidades, las normas de convivencia que habría que observar y sobre como tendríamos que educarlo.

Hacían que el dueño de la perrita labradora, finalmente nuestro amigo Carlos, la trajera a casa para ver a la madre de nuestra futura mascota, de vez en cuando íbamos nosotros a visitarla, se hicieron sus amigos.

Mis hijos empezaban a comportarse como sí ya tuvieran un perro. Yo únicamente observaba con atención.

Mientras ellos seguían convencidos de que lo pactado se mantenía en pie, el padre poco a poco fue cambiando de opinión y solo esperaba que a los niños con el tiempo se les fuera la idea de la cabeza, completamente ignorante de las fuerzas que ya estaban moviendo sus hijos.

Yo por mi parte comencé a pensar que tener un cachorro de dos o tres meses sería difícil de sobrellevar por el desorden que eso supondría...los destrozos que podría ocasionar...que su educación con los niños sería difícil, pues le consentirían subirse a los sillones, dormir con ellos en la cama...que un perrito pequeño no podría pasar solo en casa tanto tiempo pues los dos salíamos a trabajar...por otra parte en el jardín haría demasiado frió en invierno para dejarlo fuera tantas horas.

Empecé a valorar que quizá lo más interesante sería adoptar un perro de más o menos un año de edad, de una raza resistente que aguantara el frió, dócil, de buen carácter y prácticamente educado...

¡Que el Universo responde a nuestros deseos ahora lo tengo claro!