LA SOMBRA BLANCA
Ya hemos visto como actúa el espejo en el proceso de identificación de nuestra sombra. Hemos visto como lo que vemos en el otro que nos exaspera forma parte de nuestros aspectos más desconocidos, la mayoría de las veces. Así podría parecer que nuestras relaciones únicamente están ahí para ayudarnos a reconocer lo que es nuestro, y si lo decidimos, reconciliarnos con esta parte a través de la reconciliación con nosotros mismos y con ellos.
Pero “el otro”, no solo nos refleja lo que nos desagrada, también nos refleja aquello que en nosotros es positivo y que tampoco somos capaces de ver. Cuando algo del otro nos entusiasma, nos enamora, eso, también es nuestro.
Y me surge una pregunta ¿Por qué cuando nos enamoramos de alguien, cuando alguien tiene algo que nos gusta muchísimo, queremos atraerlo hacía nosotros, poseerlo? Me resulta un mecanismo muy primario, de fase oral, de cuando el niño busca en la teta de la madre, su sustento, cuando se quiere hacer de forma desesperada con el pecho materno sin saber muy bien si aquello que se le ofrece es lo mismo que es él, o distinto a lo que él es.
Siento, que cuando buscamos al otro de esta forma lo que en realidad estamos buscando es volver a la unidad, sin darnos cuenta que ya somos uno. Pero nos sentimos incompletos y buscamos aquello que creemos nos completa. No reconocemos que aquello que el otro nos muestra es nuestro, es mío, y quiero a toda costa estar con él/ella, para no perder lo que por fin he encontrado.
Anhelamos ser uno, y buscamos la unidad primaria que antaño tuvimos con la madre mientras anidábamos en su cálido y protector útero. En nuestra memoria se mantiene la conciencia de que hubo un tiempo en el que fuimos una única célula. Nuestras células conservan el recuerdo de que nuestra vida surge de la fusión de uno con uno, de dos que se encuentran….y seguimos buscando ese encuentro porque hubo un tiempo en el que fuimos Uno con Todo, y ahí no existía la dualidad, y anhelamos ese estado de Conciencia Plena.
Así, a nivel celular, reconocemos que de la integración de los opuestos surge nuestro estado de perfección.
Pero seguimos sintiendo que la completitud, la armonía y el equilibrio nos llegará al encontrar lo que románticamente hemos llamado el alma gemela, sin darnos cuenta de que esa integración debe darse con la parte perfecta que ya tenemos, que ya somos, y que el otro únicamente nos refleja.
Y no solo eso, es el encuentro con nuestra Alma, nuestro alineamiento con ella, lo que hace que todo quede integrado y en esa Unidad alcancemos la Armonía y la Perfección. En otras palabras, buscamos en el amado lo que deberíamos buscar en nuestra Alma, sin darnos cuenta que las cualidades que vemos en el amado, que este nos muestra, son en realidad un reflejo de las cualidades del Alma nuestra, como expresa de forma tan bella San Juan de la Cruz en sus Versos del Alma, que vemos a continuación.
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno
cuán delicadamente me enamoras!
Ya hemos visto como actúa el espejo en el proceso de identificación de nuestra sombra. Hemos visto como lo que vemos en el otro que nos exaspera forma parte de nuestros aspectos más desconocidos, la mayoría de las veces. Así podría parecer que nuestras relaciones únicamente están ahí para ayudarnos a reconocer lo que es nuestro, y si lo decidimos, reconciliarnos con esta parte a través de la reconciliación con nosotros mismos y con ellos.
Pero “el otro”, no solo nos refleja lo que nos desagrada, también nos refleja aquello que en nosotros es positivo y que tampoco somos capaces de ver. Cuando algo del otro nos entusiasma, nos enamora, eso, también es nuestro.
Y me surge una pregunta ¿Por qué cuando nos enamoramos de alguien, cuando alguien tiene algo que nos gusta muchísimo, queremos atraerlo hacía nosotros, poseerlo? Me resulta un mecanismo muy primario, de fase oral, de cuando el niño busca en la teta de la madre, su sustento, cuando se quiere hacer de forma desesperada con el pecho materno sin saber muy bien si aquello que se le ofrece es lo mismo que es él, o distinto a lo que él es.
Siento, que cuando buscamos al otro de esta forma lo que en realidad estamos buscando es volver a la unidad, sin darnos cuenta que ya somos uno. Pero nos sentimos incompletos y buscamos aquello que creemos nos completa. No reconocemos que aquello que el otro nos muestra es nuestro, es mío, y quiero a toda costa estar con él/ella, para no perder lo que por fin he encontrado.
Anhelamos ser uno, y buscamos la unidad primaria que antaño tuvimos con la madre mientras anidábamos en su cálido y protector útero. En nuestra memoria se mantiene la conciencia de que hubo un tiempo en el que fuimos una única célula. Nuestras células conservan el recuerdo de que nuestra vida surge de la fusión de uno con uno, de dos que se encuentran….y seguimos buscando ese encuentro porque hubo un tiempo en el que fuimos Uno con Todo, y ahí no existía la dualidad, y anhelamos ese estado de Conciencia Plena.
Así, a nivel celular, reconocemos que de la integración de los opuestos surge nuestro estado de perfección.
Pero seguimos sintiendo que la completitud, la armonía y el equilibrio nos llegará al encontrar lo que románticamente hemos llamado el alma gemela, sin darnos cuenta de que esa integración debe darse con la parte perfecta que ya tenemos, que ya somos, y que el otro únicamente nos refleja.
Y no solo eso, es el encuentro con nuestra Alma, nuestro alineamiento con ella, lo que hace que todo quede integrado y en esa Unidad alcancemos la Armonía y la Perfección. En otras palabras, buscamos en el amado lo que deberíamos buscar en nuestra Alma, sin darnos cuenta que las cualidades que vemos en el amado, que este nos muestra, son en realidad un reflejo de las cualidades del Alma nuestra, como expresa de forma tan bella San Juan de la Cruz en sus Versos del Alma, que vemos a continuación.
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno
cuán delicadamente me enamoras!
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